El hermano de Gabriel García
Márquez ha anunciado al mundo entero que el afamado escritor padece, de un
tiempo para acá, la temible demencia senil. Si imaginamos la mente como un
charco y a los recuerdos, como la luz del sol brillando en él; entonces este
mal sería como que el sol, por variedad de razones, está dejando de brillar
allí y los recuerdos se alistan para volverse bruma, para convertirse en
olvidos.
La demencia senil también puede
ser un último giro que hace la muerte antes de llevarse para siempre a aquéllos
que persisten en vivir o, bien puede ser la vida, regalándonos a última hora,
el bálsamo de olvidar, la bendición de quedarnos huecos, de convertirnos en
hombres limbo.
Sin embargo, las obras del Nobel
seguirán siendo luz de otras memorias. Su metáfora nunca quedará exhausta y no
se olvidará luego de cien años.
Que la demencia senil de Gabo no
sea la de sus lectores en todo el mundo. Nunca debemos olvidar al primer hombre
que se atrevió a poner a José Arcadio Buendía a la altura de Hamlet y a Macondo
a la altura de Londres.