Era mi segunda semana en la isla
de Fidel y mis hermanos cristianos quisieron honrarme invitándome a comer algo
diferente a carne de cerdo o “macho”, como llaman ellos al puerco. Me preguntaron
qué quería y les dije que pescado y quedé discretamente avergonzado cuando me
indicaron la dificultad de conseguirlo, porque no se vendía legalmente. Ante
esto traté de echar para atrás la petición.
-Tenemos el contacto en el
mercado negro- dijeron para tranquilizarme. –No es legal; pero, se puede
caballero-
Fue ahí cando pensé que sería
cosa interesante participar de esta aventura, echarme a perder un poco, pero,
por una buena causa y seguir contando todavía con cierta integridad; y comprobar en tierra ajena, si todavía tenía
algo de talento para la maldad.
Nos recogió temprano al día
siguiente un conductor amigo en su vehículo modelo pre-embargo. Se le ofreció
un café y mientras lo tomaba nos dijo:
-Debemos preguntar por “fulano de
tal”- Y salimos a algún lugar de Santiago, hacia la
clandestinidad.
-Ya saben, “fulano de tal”-
Volvió a decirnos a los cuatro que íbamos con él en el vehículo. Cuando
llegamos al área, estacionamos en una esquina y desde la mitad de la cuadra, un
joven aligero el paso hacia nosotros, poniéndose del lado del conductor, quien
le preguntó:
¿Eres “fulano de tal" ?
-No- contestó “fulano de tal” al tiempo
que lanzaba una mirada adentro del carro
que nos indicaba todo lo contrario; o sea, que él era. Luego se alejó hacia donde
vino, entró a un callejón para enseguida salir sin camisa… y esa era la señal
de que todo estaba bien que podíamos llegar
con confianza; así que llegamos y entramos por el callejón el cual daba a unos
cuartuchos e ingresamos a uno, bastante oscuro y salado. Allí había varios
tanques con la mercancía, o sea, el
pescado. Mientras seleccionamos, “fulano de tal”, hacía guardia en la puerta.
Mis hermanos cristianos regateaban
el precio con los pescadores y estos no rebajaban un peso. Argumentaban sobre
lo difícil del negocio y que la guardia estaba encima y que el mar había estado
como enfermo en esos días, dificultando la pesca. “Que compleja es esta
subversión”, pensé, pero no dije nada, porque muchos cubanos no quieren vivir
en Cuba, pero, si dices algo en contra de todo esto, se enojan.
Compramos salimos. Nos despedimos de “fulano de tal”
quien seguía asomándose al peligro, exponiéndose a ser descubierto. Me sentí
satisfecho por la manera en que se había desarrollado el operativo, porque
comería pescado y porque la imaginación en Cuba no estaba bajo la dictadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario