miércoles, 8 de febrero de 2012

La conciencia en el cielo o la radio sin Pablo.


Hará cosa de más de treinta años en que Marcos Pérez, afamado locutor en Barranquilla, lo anunciaba así: -Escuchemos ahora los sabios consejos del hermano Pablo-

Y de inmediato retumbaba la voz del salvadoreño aquél, que contrastaba con la apacible del hermano Pablo, quien en cinco minutos nos trasladaba a mundos, situaciones, conflictos, familias desconocidas en problemas etc, para rematar con un remedio eficaz a toda situación por difícil que fuera, Jesucristo.

Nunca pensé que escuchaba a un predicador evangélico. Solo cuando me hice un creyente y mis amigos bromeaban de mi fe llamándome hermano Pablo, me enteré que Pablo Finkebinder o el hermano Pablo, era en realidad eso, un cristiano evangélico.

Hoy admito el honor de que a todos los evangélicos se nos denominara como a un hermano Pablo; no solo por ser una de las voces cristianas más oídas en el mundo, su microprograma se oye actualmente unas doscientas cincuenta veces cada hora en más de treinta naciones y unas 55 mil personas lo reciben a diario por correo electrónico. Eso es formidable, pero, más honorable es ser comparado a un hombre sabio, intachable y que sabía contar buenas historias. Porque queramos admitirlo o no, a todos nos gustan las buenas historias y punto.

Fue una de esas buenas historias la que oiría el abuelo Lucas Camacho a través de la destartalada radio de su rancho una madrugada en que las agitadas revoluciones de su mente lo querían llevar a la locura. La voz del hermano Pablo que sucedió en aquél silencio, salvaron al abuelo y le devolvieron la lucidez. Luego, el abuelo acostumbraba llevar la radio para que sus vecinos escucharan también, en palabras del abuelo, al campesino que predicaba.

El abuelo es un personaje de ficción, pero, ¿qué más da? El representa a los cientos o miles de latinoamericanos que recibieron esperanza y superaron la doliente realidad de este mundo gracias a un sencillo mensaje radial compartido por el hermano Pablo, un mensaje a sus conciencias.

Ahora, la conciencia está en el cielo y la radio sin Pablo. De seguro, el equipo de su ministerio seguirá haciendo una excelente labor. Labor sumamente necesaria ante una radio cristiana invadida de expertos en diablo que solo usan su lenguaje de guetto evangélico y le han dado a este medio una naturaleza de mercancía.

Paz en la tumba del hermano Pablo.









UN ALTAR EN EL HOGAR