sábado, 22 de septiembre de 2018

Son cubano

Santiago de Cuba, abril de 2007.


Era mi segunda semana en la isla de Fidel y mis hermanos cristianos quisieron honrarme invitándome a comer algo diferente a carne de cerdo o “macho”, como llaman ellos al puerco. Me preguntaron qué quería y les dije que pescado y quedé discretamente avergonzado cuando me indicaron la dificultad de conseguirlo, porque no se vendía legalmente. Ante esto traté de echar para atrás la petición.

-Tenemos el contacto en el mercado negro- dijeron para tranquilizarme. –No es legal; pero, se puede caballero-

Fue ahí cando pensé que sería cosa interesante participar de esta aventura, echarme a perder un poco, pero, por una buena causa y seguir contando todavía con cierta integridad;  y comprobar en tierra ajena, si todavía tenía algo de talento para la maldad.

Nos recogió temprano al día siguiente un conductor amigo en su vehículo modelo pre-embargo. Se le ofreció un café y mientras lo tomaba nos dijo:

-Debemos preguntar por “fulano de tal”-   Y salimos a algún lugar de Santiago, hacia la clandestinidad.

-Ya saben, “fulano de tal”- Volvió a decirnos a los cuatro que íbamos con él en el vehículo. Cuando llegamos al área, estacionamos en una esquina y desde la mitad de la cuadra, un joven aligero el paso hacia nosotros, poniéndose del lado del conductor, quien le preguntó:

¿Eres “fulano de tal" ?

-No- contestó “fulano de tal” al tiempo que lanzaba una mirada  adentro del carro que nos indicaba todo lo contrario; o sea, que él era. Luego se alejó hacia donde vino, entró a un callejón para enseguida salir sin camisa… y esa era la señal de que todo estaba bien  que podíamos llegar con confianza; así que llegamos y entramos por el callejón el cual daba a unos cuartuchos e ingresamos a uno, bastante oscuro y salado. Allí había varios tanques  con la mercancía, o sea, el pescado. Mientras seleccionamos, “fulano de tal”, hacía guardia en la puerta.

Mis hermanos cristianos regateaban el precio con los pescadores y estos no rebajaban un peso. Argumentaban sobre lo difícil del negocio y que la guardia estaba encima y que el mar había estado como enfermo en esos días, dificultando la pesca. “Que compleja es esta subversión”, pensé, pero no dije nada, porque muchos cubanos no quieren vivir en Cuba, pero, si dices algo en contra de todo esto, se enojan.

Compramos  salimos. Nos despedimos de “fulano de tal” quien seguía asomándose al peligro, exponiéndose a ser descubierto. Me sentí satisfecho por la manera en que se había desarrollado el operativo, porque comería pescado y porque la imaginación en Cuba no estaba bajo la dictadura.
                             

UN ALTAR EN EL HOGAR