sábado, 2 de julio de 2011

Los enanos también comenzaron siendo pequeños.



El caso de Brenda, una joven mujer, quien por 18 meses estuvo tratando de que un juez le concediera el derecho de adopción de una bebé recién nacida, me sirvió como ilustración de lo que puede lograr la humildad. Para ella fueron meses de llantos y ruegos ante el mentado juez. Meses de contratar abogados que nada pudieron hacer y de ir y volver con la sobresaltada sensación de haber perdido su tiempo.

¿Cuál era la razón por la que a Brenda no se le concedía su petición? Ella cumplía con todos los requisitos que exigían las leyes de adopción y el juez lo sabía; sin embargo, el juez miraba otra cosa. Brenda era enana. Tan solo medía un metro veinte centímetros.

Ahora, con lo que no contaba este juez era con que Brenda estaba dispuesta a demostrar que la enanez no era cosa ilegítima y que ella, sería capaz de llevar su gran amor a extremos. Finalmente el juez accedería diciendo: “Mujer, me has convencido que en un cuerpo pequeño, puede habitar un gran corazón” ¡¡Que conveniente para ella fue ser pequeña!!

Muy probablemente al contrario de Brenda, la mayoría de nosotros no tenga que sufrir la discriminación genética de no ser criaturas totales físicamente hablando. De todos modos, no nos gusta ser o sentirnos menos. Nadie quiere ser pequeño y sufrir por ello. Aborrecemos la enanez física y social. No queremos ser mirados como Brenda de arriba para abajo. Queremos mostrarnos siempre mejores, siempre superiores, siempre mas afortunados e inteligentes que…cualquiera. No vemos ningún beneficio en ser pequeños y aceptar sin rencor el anonimato.

De ahí que, nosotros, que podemos ir y tener hijos sin pedir ayuda a nadie, en esa persecución de grandeza, humillemos a otros para sentirnos bien. Hagamos alarde de nuestras virtudes y posesiones materiales, modificando hasta la mirada y exagerando los gestos y adoptando nuestra mejor pose de ave del paraíso.

Aun, dentro del cristianismo abunda este pecado. Una vez muertas las pasiones legítimas por Cristo, nos hemos desbandado a buscar el prestigio por vía ministerial, intentando basar la vida en el reconocimiento, en sofismas que buscan desesperadamente convertirse en verdad, como: “somos los únicos” “tenemos lo que nadie tiene” “solo yo tengo la voz” “ven a este lugar y recibirás lo que andas buscando” “cupo limitado”.

Entonces acudimos ahí en busca de la certeza porque todos queremos lograr que nos salga bien nuestra elaborada cursilería. Queremos convertirnos en pastores con vocación cinematográfica, en profetas vampirizados argentinos, en apóstoles o “padres” con un altisonante ego, que ni los famosos mundanos lo tienen.

La humildad no es tan cosmética y no comulga con una naturaleza de mercancías. Tal vez por ello, no queremos ser pequeños. Sin embargo es o que nos asemeja a Cristo, quien dijo: “Aprended de mi”.

UN ALTAR EN EL HOGAR