Afuera de la tienda ha sido
puesta una bolsa con unos veinte kilogramos de basura. Es una gran bolsa que
contuvo alimento para perros; unos veinte kg, también. Luego de ingerirlos, se
asegura que cada perro se volverá un súper can y para mayor garantía, la bolsa
trae la fotografía de un hermoso ejemplar canino, ni muy viejo, ni muy joven.
Es un lustroso san Bernardo, de colmillos perfectos y media lengua afuera; a su
lado, un platón lleno de alimento.
El caso es que ha llegado un
perro viejo y sucio como un trapo de cocina. Olfateó buscando desperdicios y no
los halla; pues la bolsa, contiene escombros de construcción, piedras y trozos
de tejas.
Entonces, el perro se aleja
decepcionado, pero de pronto, da la vuelta. levanta su pata y orina justo en la
cara del perro de la bolsa. Luego raspa el suelo con las uñas de sus patas
traseras y se va. El sonido de sus uñas en el pavimento se me grabó para
siempre. No se si este repelente animal esté en su sano juicio, pero, por
primera vez en mi vida, estoy de acuerdo con un perro.
Iván Castro Rodelo
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