lunes, 23 de enero de 2012

DEL TITANIC AL CONCORDIA



Justo por estos días le decia a mi esposa de lo lindo que sería pasear, antes que seamos viejos, los dos en un crucero y, justo por estos días se hunde el Costa Concordia, por allá, en la pequeña isla italiana de Giglio. Le recuerdo a los lectores y lectoras que está por cumplirse también un centenario del hundimiento del barco de barcos, el famoso Titanic, aquélla vez, en las heladas aguas del Atlántico norte.

No domino el tema de embarcaciones marinas, pero, se que existen similitudes y diferencias entre un crucero como el Costa Concordia y un transatlántico como el Titanic. A ambos se sube mucha gente algo pudiente a darse por varios días un paseo color agua. Estas no son embarcaciones pequeñas como esos barquitos armados dentro de una botella; así que, pueden llevar consigo a tanta gente como las que habitan en uno de nuestros caseríos de la costa colombiana y, cargando el peso de tres o cuatro mil personas a bordo, deben mover la pesada gracia de su arquitectura maniobrando sobre la montura del mar.

Admiro la destreza de estos edificios flotantes. Aún no entiendo como no se hunden todos y como pueden llegar a puerto seguro, aún cuando el mar, a veces, está fuera de si.

Las diferencias entre un Titanic y un Costa Concordia tal vez no se noten mucho: Del primero se puede asegurar que tiene una gran vocación cinematográfica. Abunda el material fílmico hecho a cuatro mil metros o más de profundidad en que se muestra su casco, sus interiores y demás, que todavía el salitre no ha desgastado. La famosa película en que actúa  Leonardo Di Caprio nos sacude al ver la forma tan dramática en que El Titanic se llevó al fondo a sus últimos inquilinos. En cambio el Concordia ha estado por varios días parcialmente inmerso, mientras, barcos salvavidas se abren paso por entre el mar arrugado que le golpea, buscando sobrevivientes. Once han sido las víctimas, aunque pudieran ser más porque aún hay gente desaparecida. Tal vez esta sea otra gran diferencia; Mientras en el Titanic los muertos se contaron por varios cientos, en el Concordia apenas fue un puñado, teniendo en cuenta su gran cantidad de pasajeros. Esto solo demuestra que es absurdo morirse en un crucero que se hunde, porque, pese a sus capitanes, parecen estar hechos para no naufragar. Digo que a pesar de sus capitanes, porque Francesco Schettino, joven capitán que ni barba erizada tiene, no solo fue imprudente al pasar muy cerca de una isla, sino que en el momento de la tragedia fue el primero en ponerse a salvo. Ahora, sin ni siquiera taparse la boca con una mano, afirma que no tuvo la culpa.

Que diferencia con el viejo y barbudo John Edward Smith, capitán del Titanic, quien luego de dirigir la evacuación de los que pudo salvar, se quedó en el barco y se hundieron juntos. Definitivamente una barba puede hacer una diferencia a la hora de confiar.

Las embarcaciones, barcos, submarinos, porta aviones o cruceros, tienen una larga batalla con el mar que aún no piensan concluir. A veces, esta vieja madre cruel se vale de un témpano de hielo, de tormentas o de rocas filosas para ganarle a las máquinas. Otras veces, la frágil embarcación se sobrepone a ella y logra llegar a puerto seguro; depende de muchos factores.

Nuestra vida también es una embarcación o un viaje. Cada uno vive sus propias tormentas o pruebas. Muchos naufragan en aguas profundas y otros, cerca de la orilla. Algunos vienen a la travesía tan equipados como para nunca hundirse. Son tan seguros de si mismos y de su potencial que cual Titanes, se abren paso por la vida; hasta encontrarse con el témpano que no estaba en sus planes y se hunden. Otros, aparentemente menos afortunados, luchan y lo logran. Una mayoría basa su travesía, cual cruceros, en el lujo y la vanidad. Nadie repara en el carácter del capitán que les guía. Algunos pasajeros son su propio capitán.

Quiero recomendar a los lectores al capitán de capitanes. Hombre ducho en tormentas. Los vientos impetuosos le obedecen, el mar calla cuando él lo manda, las olas se apaciguan. Ha salvado a muchos del naufragio, tiene barba y manos fuertes para sostenernos. No abandona y no teme. Su nombre es Jesucristo.

Mientras, yo sigo alimentando el sueño de pasear en un crucero con mi esposa cuando seamos viejos, para lo cual no falta mucho.





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UN ALTAR EN EL HOGAR